Por Facundo Gari
PARA NAN
Cuerpo de mujer, la guitarra de Lucy Patané es la pista de baile de sus dedos. Es un juego erótico que demanda y devuelve lealtad. “No veo notas, veo pasos”, dice. “Por eso es difícil que me equivoque. Si mi mano recuerda el dibujo, sale como una coreo. Y eso, obviamente, se me traslada a todo el cuerpo. Cuando toco es como si estuviera bailando. No quiero que suene a ‘tú sabes, es una cita con mi guitarra’, pero me pasa eso: bailo con las manos.”
Sube la apuesta, o la lleva al colectivo, como al decir “produjimos” en lugar de “produje” aun si los librillos y los Bandcamp ponen su singular: cualquiera que puede bailar puede tocar.
Propone un casamiento, el momento del vals, una ronda de más o menos duchos, de tarjetas de DNI y libretas de enrolamiento, de pies acostumbrados mucho o nada a la presión de los zapatos y los tacos. ¿Quién no puede bailar un vals? Queso hacia a un lado, queso hacia el otro, girando sobre uno mismo y a la vez sobre un resorte invisible.
—Tarararará, un-dos-tres, un-dos-tres. Y si te ponés a bailar un vals y te pongo al lado objetos que te golpeen, vas a empezar a generar un ritmo. Si podés bailar, podés tocar.
O cualquiera puede tocar. O, más bien, te invito a tocar.
A Lucy le encanta bailar. A Lucy le encanta tocar.
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